"No te me mueras. Voy a pintarte tu rostro en un relámpago tal como eres: dos ojos para ver lo visible y lo invisible,una nariz arcángel y una boca animal, y una sonrisa que me perdona, y algo sagrado y sin edad que vuela de tu frente,mujer, y me estremece, porque tu rostro es rostro del Espíritu.
Vienes y vas, y adoras al mar que te arrebata con su espuma, y te quedas inmóvil, oyendo que te llamo en el abismo de la noche, y me besas lo mismo que una ola.
Enigma fuiste. Enigma serás. No volarás conmigo.
Aquí, mujer, te dejo tu figura."
RETRATO DE MUJER
Gonzalo Rojas



domingo, 21 de noviembre de 2010

XI

Ella abrió los ojos después de soñar su vida durante cuatro décadas consecutivas. Le urgía descubrir el origen de ese aroma que se adhería a sus sentidos, a todos, y se acoplaba a sus instintos.
Lo vio venir entre espejismos, entre imágenes pretéritas, sabía que era porque conocía su ausencia. Y había sido larga, como suelen ser las esperas.
Abrió los ojos y su mirada rebotó en la certeza. Le extendió su piel de amapola, le ofreció sus labios que no callan, y guardó las alas.

- Llegué
- Lo sé

Y anidándose en su cuello le escuchó decir en el eco de dos lágrimas:
- Bienvenida amor, bienvenida otra vez, a casa.

viernes, 22 de octubre de 2010

X

-Te voy a contar un cuento de princesas, le digo al oído.
-Podemos ser nosotras las hadas?, responde con las pupilas alborotando su rostro.

Cuando ella sacude sonrisas con sus ojos, el dolor se detiene a admirarla.
A ella le duele la vida. Porque la vida le ha herido los sueños, demasiado pronto. Sabe que el dolor quema, más allá del fuego. Sabe que la muerte es insolente aunque aún puede contar sus años con cuatro dedos. A ella le duele la piel y el miedo. Pero se viste el alma de hechicera y crea magia en cada aleteo de sus pestañas y entonces todos los temores agazapados en su pecho se transforman en corceles alados, en unicornios milcolores, y esa lágrima que temblaba en su mejilla me pide que comencemos el vuelo.

- Habia una vez...
- Por qué sólo una?
- Déjame comenzar el cuento, Isabella
- Es que quiero que sean muchas veces...
- Está bien, "Hubo muchas veces..."
- Y habian muchas hadas?
- Si, habian muchas hadas y desde cada rincón de aquel hermoso y encantado bosque salían a cantarte por las noches
- Por eso tengo sueños lindos?
- Con qué sueñas, princesa?
- Que no estoy en esta pieza, que estoy en el mar, que no me duele, que tengo alas y el pelo largo, que estamos juntas, que jugamos en la arena.

.....

- Entonces duerme, le digo, con una lágrima hablándole al oido. Duerme, que las hadas te esperan.

lunes, 20 de septiembre de 2010

IX

“No me esperes esta noche, estaré ejercitando la imprudencia, intentaré dejarte el café servido para que despierte tu inconsciencia. No estaré sobre las sábanas, ni bajo ellas. No veré el gesto de macho herido que actúas con destreza. No implores por mis sabores ni encalles entre mis piernas, hay dos o tres silencios de distancia que aseguran mi ausencia. Me voy porque me asusta la nada y me aterra tu ceguera, porque la costumbre me ha dejado tantos sueños aún en vela, que ya ni sé cómo cargo, con tanta experticia, la impotencia. “


Todo lo que buscaba no estaba en aquel armario. No sabía que llevarse, abría y cerraba los cajones llenitos de ausencias, mientras iba dejando sobre la alfombra charquitos de tristeza. No sabía aún porque dolía tanto esta despedida, no habría ningún motivo para extrañarlo. Apenas conocía sus texturas y sus temblores, no supo de sus misterios y menos aún de sus temores. Figuraba como un espejismo en su vida, de esos que tan sólo con querer tocarlos ya se desvanecen, pero había un vacío entre sus huesos que no sanaba ni moría.

Llovieron doce inviernos tras su ventana, se amontonaron los soles y los arcoíris mas ella no vio nada. Hasta hoy, cuando acerca sus pasos al abismo y en el fondo encuentra su esperanza.

Lo dejaba en una esquina de la casa, con la piel atiborrada de suspiros, se detuvo sin querer, a mirar sus gestos de macho herido, no quería verle llorar, mas nunca le vio sonreír. Le acariciaba el alma con miradas tiernas, mas él nunca conoció el idioma de sus pupilas. Él estiraba sus manos para alcanzarle, pero Ella ya había tomado el paracaídas.

Caminó descalzo, sintiendo la ardiente humedad del suelo, se detuvo frente a sus recuerdos, volvió al cuarto mientras ella bajaba la escalera. Abrió sus misterios con los ojos atrapados y entre su impulso y el desconcierto encontró aquella hoja roneo en la que Ella había escrito tantos siglos antes… releyó cada frase con la agonía punzándole en el pecho… tal vez entonces comprendió esas palabras, tal vez aún guarda entre sus sienes el epitafio lúcido de quien se despide, pero no abandona…

“Detrás de mí, guardo tus historias, demasiado añejas ya para esta piel, te toco como para reconocerte y definitivamente eres el mismo de ayer. Estiro mis ganas para asombrarme, para producirte, para engañarme...pero eres y ya no soy, quizás un poco la que aun despierta a un lado de tu costilla, la que despeina tus días, mas ya no guardo el vértigo reservado a tus caricias, ya no se eriza mi piel bajo tu aliento, ya no titilan mis pupilas con tu mirada… ya no.”

Ella presintió sus pasos atrapándole la sombra y sintió sus ojos rasgándole la espalda, no quiso darse vuelta… pero al abrir la puerta supo que nunca más saldría, miró su abismo, tiró el paracaídas y su esperanza... mientras sentía estallar la bala certera, desde su columna a sus caderas.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

VIII

El la amaba, aseguraba ella, mientras cerraba la puerta a sus espaldas. Entre las cuatro paredes que conformaban su universo, ella giraba en desorden por los vértices de su silencio.
“Me ama porque me regaló un roce de sus manos a través de mi sombra”, se contaba orgullosa. “Me amó ayer, cuando lo ví venir con los ojos bajo el brazo, mucho viento en el pelo y una sonrisa guardada en la solapa”. “Me ama aunque su voz se haya extraviado en el tiempo”

El la amaba, con los instintos aplacados, con las vísceras dormidas y la saliva escarchada.
Ella se dejaba amar así, ausente, muda, resignada.

Ella era frágil ante sus besos, los iba recogiendo uno a uno los desparramados al viento, los teñía de rojo intenso y se los llevaba a los labios en un acto de redención y esperanza, aunque cada día sabían más a mutismo y hielo.

Al amanecer, ella lo vestía con rutinario esmero, anudando las frases al silencio, quizás así evitaba el estallido de pupilas que guardaba por miedo a quebrar la inquietante calma. Le imaginaba diciendo, rompiendo el eco exacerbante de la nada.
Le alcanzaba a besar la estela de su partida cuando él salía al mundo provisto de escudos y espadas, escudado de la estampida y del tumulto, escudado quizás, de ese beso que le hablaba.

Otro día se levantaba sin grandes pretensiones ni sorpresas, ella dio un par de vueltas sobre su abismo y se recostó sobre el lado de él en la cama, husmeó sus aromas, se derritió en el precario calor que dejaban las sábanas. Imaginó su beso errante atracando al fin en su originario destino, recordó esas primeras noches navegantes en que los besos no eran esquivos y las pieles brotaban en salinos caudales. Asombrada de sus poros percibió la humedad que emanaba de la selva esteparia de su cuerpo, fluyendo y socavando los territorios en sequía, latía fuego en el torrente de su sangre, embistiendo los volcanes que se hallaban silenciosos, haciéndoles empinarse voluptuosos, ardientes, sofocantes, estallando en lavas intensas que derramaron sigilosamente soberanía por su carne.

Inusitadamente coqueta miró al vacío, se le resbaló una mirada hacia el fondo del abismo, se sorprendió empuñando sus sueños infinitos y tuvo miedo de sus paredes, de su universo y del frío.

Esa tarde lo espero distinta, llevaba el cabello vestido de mujer, aguardó paciente el cotidiano beso lanzado al aire pero esta vez no lo recogió de la alfombra sino que se embarcó decidida hasta su boca, y su lengua lazarilla, hizo todo lo demás.
Lamió su pecho como loba a su presa, bajó intrépida hasta la raíz de sus sudores, abrió su blusa ceñida y desafiante, le obsequió en la boca sus enhiestos volcanes, lo acogió entre sus muslos, antes firmes, hoy deseantes, bebió gota a gota la ola palpitante que en su vientre se hizo océano, algas y corales.


“Te amo”, dijo una voz de hombre, una voz olvidada, tímida y asedada.
“Te amo” dijo el hombre que se armaba día a día sin mirarla, con una argolla en el dedo y las sienes plateadas.
“Te amo”, le dijo el recién cautivo, con la vista emborrachada entre su cuerpo de hembra intacta.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

VII

¡Ámame! le rogaba Ella con un grito en la mirada y en la voz, un rubor avergonzado.

Cada tarde se acercaba a sus ojos, esos ojos teñidos de selva esteparia.
Los besaba con labios brutalmente vivos, y se apartaba de ellos con la boca teñida de delirios. Cada noche le hablaba de sus tormentos, los que iba relatando con inusitada calma, se sentaba a sus pies con derrotado encanto cubriéndose la inercia con una manta. Le hablaba de los días que traicionan, de las horas que resbalan, le contaba de paisajes no encontrados y de todo aquello que iba perdiendo casi sin darse cuenta.

Al despertar, le saludaba con los sueños enredados, no esperaba la respuesta y se marchaba serena, durante el día le pensaba con silencio enamorado y esperaba las 6 con un latido entre las piernas.

Ese atardecer llegó a casa llorando, maldiciendo las calles con su gente tatuada, odiaba el otoño y el suicidio de las hojas hacia el viento. Lloraba sin consuelo, aunque lo buscaba.
Se abalanzó a sus brazos, se tendió en su pecho, mientras litros de sus lágrimas le iban cubriendo.

¡Ámame! le rogaba con un suspiro empapado, mientras la tristeza se le licuaba tras los párpados.

Una saliva amarga le hizo abrir los ojos y tembló de horror al ver un lago de colores exudando del rostro de su hombre. Estiró sus manos para alcanzar las pupilas verdes y palpó el lienzo húmedo e inerte.
Tocó los labios que derretían besos hasta el suelo, trazó con gélido espanto el perfil y las facciones que transfiguraban perversamente los gestos de aquel (su) hombre.
Vio escurrir entre sus dedos, su engendro de grafito y tinta, y vio desdibujarse entre sus manos su propia vida

¡Mátame!, le rogó con un ahogo desahuciado, mientras veía diluirse lentamente, aterrada y atenta, un amor diseñado con la pasión inventada tras todas sus ausencias.

¡Mátame! Le rogó, odiando sus lágrimas verdugas, ¡mátame ahora con las tuyas!.

Bebió gota a gota el óleo maloliente, y se tendió a sus pies, a pintar la muerte.

sábado, 28 de agosto de 2010

VI

“Hoy viene a ser como la cuarta vez que espero, desde que sé que no vendrás más nunca….” Cantaba Ella mientras bordaba con sus ojos hilos de lluvia.

Se despedía el invierno de los ciruelos, dejándoles de ofrenda pequeños versos en flor y en promesas. El aire comenzaba a liberar dulzura y repartía la tibieza del sol augurando primaveras. Las tardes alargaban su partida, parecían querer pintar naranjos en el cielo, esquivaban la noche jugando a encender estrellas y ella las iba saludando una a una por su nombre.

“Que maneras más curiosas, de recordar tiene uno… hoy recuerdo mariposas, que ayer sólo fueron humo… mariposas, mariposas que emergieron de lo oscuro…” y en lánguida oscuridad ella se acomodaba en su nido de seda, encerrada y casi inmóvil, perfectamente desnuda, con sólo una garganta capaz de sostener la pausa impuesta a su amargura. Capullo de si misma, ceñida a sus temores, abrazada a la nostalgia, detenida.

Cuarta primavera por comenzar embistiendo sus cuarenta soledades, pensó en mariposas, hadas milcolores que se gestan en silencio, que embellecen su ropaje en aparente inmovilidad pero profunda metamorfosis, se miró las alas atrofiadas, supuso igual el resto de su cuerpo.

“Ay mariposa, tú eres el alma de los guerreros que aman y cantan, y eres el nuevo ser que se asoma por mi garganta”. Tendría que salir, condenando a la batalla los recuerdos, tendría que doler, como duele parir el alma a mitad de la vida.

“Siglos atrás inundaron un segundo, debajo del cielo, encima del mundo”, y en un segundo se inundó de aire, pujó sus sueños, y al abrir el pecho rompió la crisálida de sus miedos, y cantó con garganta desbocada, bordando con sus ojos paisajes nuevos.

viernes, 20 de agosto de 2010

V

Ella enredaba la luna en su cabello, despojaba del mar sus estelas y las iba dejando tras sus pasos como gotas de pasado. No recordaba su nombre, pues sabía que nunca la han llamado, pero recogía memorias inventadas y tapizaba su historia a retazos.

Ella era triste mas no conocía la tristeza, no sabía que era algo que perforaba el pecho hasta hacerlo emanar por la mirada. Ella solo era triste, así, sin grandes pretensiones.

No se sabe si fingía o volaba, pero el hecho es que la tierra la expulsaba hacia el cielo, como si sus pies y el mundo fueran polos opuestos, y sus pasos y sus estelas siempre iban a centímetros del suelo. Flotaba rozando el universo y las sombras, mas nunca podía aprehenderlas, no lograba sostener el tiempo entre sus manos entonces lo dejaba partir sin despedidas. Nunca había tenido nada, asique nada le dolía.

Quizás por ver todo desde el aire, no conocía los temblores, ni el desequilibrio que obliga a las piernas a doblar esfuerzos. Nunca se le habían doblado las rodillas y mucho menos había sentido tiritar su cuerpo.

Ella era triste mas no conocía el amor, no sabia que era algo que perforaba el alma hasta hacerla emanar bajo la falda. Ella era triste, así, sin buscar deudores.

Pero llegó esa noche.

No había luna, por lo que su cabello descendía por su espalda a tientas en la oscuridad, a tientas también, reconoció su nombre que la buscaba, se acercó a develar el aroma de esa voz y respiró del aire que quedó entremedio de sus dudas y esos ojos inciertos. Trató de huir del vértigo y de esas manos curiosas que tropezaban hábilmente con su cuerpo, e intentó vencer de un respingo la fuerza de esa piel que la imantaba.

Unos brazos hiedra la trajeron hasta el suelo, la recostaron con ternura en la tierra, le rozaron los labios y el desconcierto, y sin conocer los besos, besó con lengua inquieta y saliva desbordada.

Temblaron sus entrañas, tembló su voz agrietando el silencio y sintió la eternidad del tiempo vibrando en un solo latido, tan feroz, tan gigante, que podría haber bombeado un rio.

Llegó la mañana y conoció las despedidas… dolían. Se levantó con el alma mojada, dos lágrimas que rebotaron en la tierra y una sonrisa estallando de sus pupilas.
Intentó alzar el vuelo, pero sintió que desde sus talones brotaban raíces firmes.
Mirando el cielo se sentó en la tierra y respiró del aire que quedó entremedio.

Esa noche, Ella conoció el amor y la tristeza, mas nunca volvió a ser triste.

sábado, 31 de julio de 2010

IV

Ella le llevaba el café cada mañana hablándole del tiempo, de los fríos que no cesan y que circulan por la habitación escarchando aún más su silencio. Le dejó la taza hirviente sobre la mesa a un costado de la cama, se alejó mirando el techo y recitando como golondrina entumecida.

La noche había sido intacta a tantas noches, Ella buscando, él evitando. No recordaba cual había sido la última frase compartida, ni el último beso de buenos días. Se levantaba antes que la aurora, para camuflar los rastros de insomnio que le colgaban de las pupilas. Se inyectaba una sonrisa en la boca y drenaba la acidez de su alma en la cocina. Servía café con dos intentos de dulzura, y lo ofrecía con tres versos que derramaba sin querer.

Entró al baño y abrió la ducha esperando que el vapor tiñera pronto los espejos, no quería saludar a su reflejo, ni castigar a su imagen por haberse convertido en esta mueca de mujer.
Siguió recitando distraída mientras el agua descendía coqueteando con su cuerpo, envolviéndole los hombros, rozándole los senos, navegando por la rivera de su piel acariciando pliegues y laderas que casi había olvidado. Sintió como un riachuelo tibio le besaba a gotas la cintura, se enredaba en su vientre y bailaba entre sus piernas. Sonrió al percibir el calor licuado en su espalda, abrazándola. Se dejo acariciar y abrió los labios jugando a capturar las chispas de agua con su lengua.

Sabían a sal, y bebió de un trago sus mentiras. Con los ojos cerrados pudo verse a si misma inventándose los días. Se secó los sueños y la piel con la toalla. Recordó aquella mañana en que salía del baño vestida y perfumada, y se encontró con la ausencia burlándose en su cama. Dos papeles grises que hablaban de cansancio, rutinas y finales, firmados por quien debía amarla hasta que la misma muerte los separe. Recordó el frio, la escarcha y el silencio, y esas últimas palabras: “ya no vuelvo”.

Salió del baño vestida y perfumada, recogió la taza de café helado y lo llevó a la cocina donde otra vez, por más de cien días y tres semanas, drenó su dulzura y sus lágrimas.

viernes, 30 de julio de 2010

III

Había una vez….hubo tantas veces, sin embargo, ella esperaba, siempre esperaba. Se sobaba la espalda con las tibias sábanas, disimulando la avidez de sus sentidos.
Existía un afuera que despertaba tras la ventana, se acercó a ella, se arropó con el calor de sus deseos, extrajo la última gota de una desvanecida cerveza, encendió un cigarro, expiró el humo y el sueño.
El afuera parece entumecido, se detuvo el tiempo a las 6 de la mañana, tal vez un regalo para ella que tanto había necesitado rescatar un instante. Decidió partir, hacer frente a la bulla citadina, tal vez ya llevaba los ojos prisioneros por eso no alcanzó a ver que afuera llovía. No le hizo caso a esas lágrimas celestiales que mojaron sus atuendos ni al motorizado galán que insistía en llevarla…“estás tan lejos, tan sola, tan mojada”le repetía su casual compañero de vía, y ella siguió su rumbo de despedidas.
Caminó despacio, la vida entera la esperaba, no en vano había logrado ver el amanecer, después de despedirse en el ocaso. Caminaba sin pensar, sin intentar recordar donde habían quedado las pastillas que sobraron y que tal vez por eso había despertado…“no fueron suficientes”… se hubiera dicho reprochándose más tarde, tal vez había que tragarlas más rápido. Que más dá, ella caminó despacio, por primera vez en sus treinta años amordazó al tiempo.Alguien la esperaba detenido en la distancia, mas ella no lo vio ni reconoció sus silencios, pasó por su lado sin bienvenidas ni nostalgias. Siguiendo sus propios pasos, haciéndose de su propia huella respiró hondo y sintió lo amargo de su garganta, “nunca más” se dijo, le prometió a su tristeza un cobijo y pedir ayuda para su alma.
“Nunca más” se repetía mientras iba despertando por primera vez desde que se levantó de la cama. Recordaba poco a poco los últimos minutos antes de caer rendida entre cápsulas blandas y otras no tanto. Recordó su mano acariciando sus muslos abriendo aquella flor despreciada por otros, recordó la humedad que rociaba sus dedos y el espumoso vértigo atrapado en sus entrañas, recordó la explosión y los gemidos y el revoloteo de murciélagos y nubes en su techo. Recordó la pena, recordó, se recordó.Y lloró, como la María de Magdala, lloraba por ayeres, por mañanas,lloraba por ella, por lo que ya no estaba,lloró porque hace tantos tiempos que no lloraba, y sus lagrimas recorrían los mismos surcos de otras tantas que ya se habían secado, una herida antigua se levantó moribunda y sangró recuerdos y ella lloraba …estaba tan lejos, tan sola, tan mojada.

II

Sucedió una tarde, no sabe ni quiere saber como se inició en el camino de las lágrimas. Sólo reconoce una frágil sacudida de sus vísceras al aire. Ella era simple, acariciaba el valor de lo poco y así de simple coincidía con las humildades. Ella no tenía rumbo, giraba en torno a las circunstancias, sin antes ni despueses, sólo existía en instantes que se suceden y desaparecen como tragados por el cosmos. Llevaba impresa las incertidumbres, los antagonismos y las vulnerabilidades. Ella sabia del amor, reconocía el palpitante destello de una mirada, sabía describir la perentoria armonía que se crea cuando gimen las entrañas. Ella conocía el desamor, había traspasado los límites de la locura ante la distancia, sabía describir la perfecta trilogía de una lágrima y todo el arcoiris de dolores que engendran los adioses.Tenía pieles transparentes, por lo que se veía todo aquello que guardaba, mas tampoco quiso nunca vestirse, toda indumentaria ajena a su propio cuerpo le incomodaba. Ella visitaba el universo, paseaba galopante al arrimo de las galaxias, nunca estaba lo suficientemente cerca, ni para asirla de la cintura, ni para abrazarla.
Porque existió esa tarde, había señalado en su calendario sensorial ese día primero, no podía ya guarecerse de él. Ni las estrellas ni los soles podrían cobijarla, permanecía en su memoria como reliquia enmarcada.
Porque existió esa tarde, Ella partió rumbo al mar una noche, la primera noche del iniciante ciclo que la amenazaba, quería disfrazarse de Alfonsina y regalarle un nuevo sitio a su alma.

I

Ella escribía con el alma embalsamada, escribía versos prohibidos para su estampa llena de cadenas, venía del ocaso suspirando sobre las margaritas, deshojando las espigas entre sus manos mutiladas. No callaba nunca, su garganta explotaba en el silencio, no podía callar sin morder la soledad…entonces..sentía.
Y también soñaba, con un náufrago desolado, en una playa con dos lunas – vigilantes y exhaustas- que arrebataba su corazón con un hambre carnívora y unos labios ensanchados por el sabor de su sangre enamorada. Entonces…sentía.
Y despertaba, inmersa en la grieta de su vida, allí donde convergen los abismos, calladitos, estáticos, sin temblores ni amenazas. Entonces…vivía. Sin grandes pretensiones, aguardando la calma de la mañana, los colores susurrantes del atardecer y la noche cabizbaja. Fue testigo de las horas, que al pestañeo fueron años, no alcanzó a velar su juventud cuando tuvo que vestirse de señora.
Reía fuerte…para ocultar las ruinas de su alegría, para amontonar las cicatrices bajo el brazo. Y lloraba…despacito, bajo el silencio, bajo la almohada, sobre su pecho, con el alma desparramada. Nadie le vio nunca una lágrima en su mejilla, ni la brillante transparencia de sus pupilas. Aunque así hubiera sido, ella sabía reír tan bien, habíase hecho experta en la seducción de una sonrisa. Conocía los sortilegios y las mentiras. Sabía desprenderse del dolor y burlar una carcajada. Entonces…lloraba.
Sumida en el letargo cotidiano, en la costumbre vacía, se detuvo un instante frente a un susurro que la llamó del otro lado de la vida. El aliento dulce de una voz segura, se apoyo en su mirada, le abrió los labios sin cautela y le extrajo de un suspiro las mil verdades bien guardadas. No valieron sus argumentos más que esa lágrima que desgarraba las palabras, no valieron sus “no puedo” más que ese fuego que se desataba en sus entrañas. No pudo asirse de sus miedos, no pudo arrancar desesperada, no pudo, (no quiso, cuenta avergonzada). Entonces….amaba.
Ahora, yace bajo la sombra de sus culpas que se deshojan una a una, se recuesta sobre su sangre que de ardiente se evapora. Asombrada observa a este hombre de miel que sin permisos ni contiendas se tiende en su piel, desatando las cadenas para cubrirla de sedas. No puede agradecerle sin herirle, entonces ella se viste con los más húmedos labios que yacían olvidados y lo besa lentamente, intentando depositar allí las “gracias” prohibidas…No puede amarle sin herirle, entonces lo mira mientras tanto, a ciegas en la distancia, roza su silueta momentánea, acaricia hasta las fibras medulares de su imagen y su alma, lo abraza contenida, se impregna de su aroma, le arrebata la nostalgia…y le escribe en silencio, en la noche, en su ausencia, en su jaula.