"No te me mueras. Voy a pintarte tu rostro en un relámpago tal como eres: dos ojos para ver lo visible y lo invisible,una nariz arcángel y una boca animal, y una sonrisa que me perdona, y algo sagrado y sin edad que vuela de tu frente,mujer, y me estremece, porque tu rostro es rostro del Espíritu.
Vienes y vas, y adoras al mar que te arrebata con su espuma, y te quedas inmóvil, oyendo que te llamo en el abismo de la noche, y me besas lo mismo que una ola.
Enigma fuiste. Enigma serás. No volarás conmigo.
Aquí, mujer, te dejo tu figura."
RETRATO DE MUJER
Gonzalo Rojas



sábado, 31 de julio de 2010

IV

Ella le llevaba el café cada mañana hablándole del tiempo, de los fríos que no cesan y que circulan por la habitación escarchando aún más su silencio. Le dejó la taza hirviente sobre la mesa a un costado de la cama, se alejó mirando el techo y recitando como golondrina entumecida.

La noche había sido intacta a tantas noches, Ella buscando, él evitando. No recordaba cual había sido la última frase compartida, ni el último beso de buenos días. Se levantaba antes que la aurora, para camuflar los rastros de insomnio que le colgaban de las pupilas. Se inyectaba una sonrisa en la boca y drenaba la acidez de su alma en la cocina. Servía café con dos intentos de dulzura, y lo ofrecía con tres versos que derramaba sin querer.

Entró al baño y abrió la ducha esperando que el vapor tiñera pronto los espejos, no quería saludar a su reflejo, ni castigar a su imagen por haberse convertido en esta mueca de mujer.
Siguió recitando distraída mientras el agua descendía coqueteando con su cuerpo, envolviéndole los hombros, rozándole los senos, navegando por la rivera de su piel acariciando pliegues y laderas que casi había olvidado. Sintió como un riachuelo tibio le besaba a gotas la cintura, se enredaba en su vientre y bailaba entre sus piernas. Sonrió al percibir el calor licuado en su espalda, abrazándola. Se dejo acariciar y abrió los labios jugando a capturar las chispas de agua con su lengua.

Sabían a sal, y bebió de un trago sus mentiras. Con los ojos cerrados pudo verse a si misma inventándose los días. Se secó los sueños y la piel con la toalla. Recordó aquella mañana en que salía del baño vestida y perfumada, y se encontró con la ausencia burlándose en su cama. Dos papeles grises que hablaban de cansancio, rutinas y finales, firmados por quien debía amarla hasta que la misma muerte los separe. Recordó el frio, la escarcha y el silencio, y esas últimas palabras: “ya no vuelvo”.

Salió del baño vestida y perfumada, recogió la taza de café helado y lo llevó a la cocina donde otra vez, por más de cien días y tres semanas, drenó su dulzura y sus lágrimas.

viernes, 30 de julio de 2010

III

Había una vez….hubo tantas veces, sin embargo, ella esperaba, siempre esperaba. Se sobaba la espalda con las tibias sábanas, disimulando la avidez de sus sentidos.
Existía un afuera que despertaba tras la ventana, se acercó a ella, se arropó con el calor de sus deseos, extrajo la última gota de una desvanecida cerveza, encendió un cigarro, expiró el humo y el sueño.
El afuera parece entumecido, se detuvo el tiempo a las 6 de la mañana, tal vez un regalo para ella que tanto había necesitado rescatar un instante. Decidió partir, hacer frente a la bulla citadina, tal vez ya llevaba los ojos prisioneros por eso no alcanzó a ver que afuera llovía. No le hizo caso a esas lágrimas celestiales que mojaron sus atuendos ni al motorizado galán que insistía en llevarla…“estás tan lejos, tan sola, tan mojada”le repetía su casual compañero de vía, y ella siguió su rumbo de despedidas.
Caminó despacio, la vida entera la esperaba, no en vano había logrado ver el amanecer, después de despedirse en el ocaso. Caminaba sin pensar, sin intentar recordar donde habían quedado las pastillas que sobraron y que tal vez por eso había despertado…“no fueron suficientes”… se hubiera dicho reprochándose más tarde, tal vez había que tragarlas más rápido. Que más dá, ella caminó despacio, por primera vez en sus treinta años amordazó al tiempo.Alguien la esperaba detenido en la distancia, mas ella no lo vio ni reconoció sus silencios, pasó por su lado sin bienvenidas ni nostalgias. Siguiendo sus propios pasos, haciéndose de su propia huella respiró hondo y sintió lo amargo de su garganta, “nunca más” se dijo, le prometió a su tristeza un cobijo y pedir ayuda para su alma.
“Nunca más” se repetía mientras iba despertando por primera vez desde que se levantó de la cama. Recordaba poco a poco los últimos minutos antes de caer rendida entre cápsulas blandas y otras no tanto. Recordó su mano acariciando sus muslos abriendo aquella flor despreciada por otros, recordó la humedad que rociaba sus dedos y el espumoso vértigo atrapado en sus entrañas, recordó la explosión y los gemidos y el revoloteo de murciélagos y nubes en su techo. Recordó la pena, recordó, se recordó.Y lloró, como la María de Magdala, lloraba por ayeres, por mañanas,lloraba por ella, por lo que ya no estaba,lloró porque hace tantos tiempos que no lloraba, y sus lagrimas recorrían los mismos surcos de otras tantas que ya se habían secado, una herida antigua se levantó moribunda y sangró recuerdos y ella lloraba …estaba tan lejos, tan sola, tan mojada.

II

Sucedió una tarde, no sabe ni quiere saber como se inició en el camino de las lágrimas. Sólo reconoce una frágil sacudida de sus vísceras al aire. Ella era simple, acariciaba el valor de lo poco y así de simple coincidía con las humildades. Ella no tenía rumbo, giraba en torno a las circunstancias, sin antes ni despueses, sólo existía en instantes que se suceden y desaparecen como tragados por el cosmos. Llevaba impresa las incertidumbres, los antagonismos y las vulnerabilidades. Ella sabia del amor, reconocía el palpitante destello de una mirada, sabía describir la perentoria armonía que se crea cuando gimen las entrañas. Ella conocía el desamor, había traspasado los límites de la locura ante la distancia, sabía describir la perfecta trilogía de una lágrima y todo el arcoiris de dolores que engendran los adioses.Tenía pieles transparentes, por lo que se veía todo aquello que guardaba, mas tampoco quiso nunca vestirse, toda indumentaria ajena a su propio cuerpo le incomodaba. Ella visitaba el universo, paseaba galopante al arrimo de las galaxias, nunca estaba lo suficientemente cerca, ni para asirla de la cintura, ni para abrazarla.
Porque existió esa tarde, había señalado en su calendario sensorial ese día primero, no podía ya guarecerse de él. Ni las estrellas ni los soles podrían cobijarla, permanecía en su memoria como reliquia enmarcada.
Porque existió esa tarde, Ella partió rumbo al mar una noche, la primera noche del iniciante ciclo que la amenazaba, quería disfrazarse de Alfonsina y regalarle un nuevo sitio a su alma.

I

Ella escribía con el alma embalsamada, escribía versos prohibidos para su estampa llena de cadenas, venía del ocaso suspirando sobre las margaritas, deshojando las espigas entre sus manos mutiladas. No callaba nunca, su garganta explotaba en el silencio, no podía callar sin morder la soledad…entonces..sentía.
Y también soñaba, con un náufrago desolado, en una playa con dos lunas – vigilantes y exhaustas- que arrebataba su corazón con un hambre carnívora y unos labios ensanchados por el sabor de su sangre enamorada. Entonces…sentía.
Y despertaba, inmersa en la grieta de su vida, allí donde convergen los abismos, calladitos, estáticos, sin temblores ni amenazas. Entonces…vivía. Sin grandes pretensiones, aguardando la calma de la mañana, los colores susurrantes del atardecer y la noche cabizbaja. Fue testigo de las horas, que al pestañeo fueron años, no alcanzó a velar su juventud cuando tuvo que vestirse de señora.
Reía fuerte…para ocultar las ruinas de su alegría, para amontonar las cicatrices bajo el brazo. Y lloraba…despacito, bajo el silencio, bajo la almohada, sobre su pecho, con el alma desparramada. Nadie le vio nunca una lágrima en su mejilla, ni la brillante transparencia de sus pupilas. Aunque así hubiera sido, ella sabía reír tan bien, habíase hecho experta en la seducción de una sonrisa. Conocía los sortilegios y las mentiras. Sabía desprenderse del dolor y burlar una carcajada. Entonces…lloraba.
Sumida en el letargo cotidiano, en la costumbre vacía, se detuvo un instante frente a un susurro que la llamó del otro lado de la vida. El aliento dulce de una voz segura, se apoyo en su mirada, le abrió los labios sin cautela y le extrajo de un suspiro las mil verdades bien guardadas. No valieron sus argumentos más que esa lágrima que desgarraba las palabras, no valieron sus “no puedo” más que ese fuego que se desataba en sus entrañas. No pudo asirse de sus miedos, no pudo arrancar desesperada, no pudo, (no quiso, cuenta avergonzada). Entonces….amaba.
Ahora, yace bajo la sombra de sus culpas que se deshojan una a una, se recuesta sobre su sangre que de ardiente se evapora. Asombrada observa a este hombre de miel que sin permisos ni contiendas se tiende en su piel, desatando las cadenas para cubrirla de sedas. No puede agradecerle sin herirle, entonces ella se viste con los más húmedos labios que yacían olvidados y lo besa lentamente, intentando depositar allí las “gracias” prohibidas…No puede amarle sin herirle, entonces lo mira mientras tanto, a ciegas en la distancia, roza su silueta momentánea, acaricia hasta las fibras medulares de su imagen y su alma, lo abraza contenida, se impregna de su aroma, le arrebata la nostalgia…y le escribe en silencio, en la noche, en su ausencia, en su jaula.