Ella (yo) caminaba entre las chispas de mar y de
espuma besándome los tobillos, miraba el horizonte como un difuso margen de mi
historia y mi futuro, me dolían las entrañas, los huesos, la soledad y los
recuerdos.
Me dolía
la muerte y el abandono, dos duelos
independientes y parte de un mismo amor.
Me dolía recordar las risas de mi hijo removiendo
la arena, su cabello olor a vida naciente, sus ojos pardos, la delgadez de su inocencia.
El día exacto en que le vi reír por última vez, aunque aún no era de día.
El sol empujaba el cielo tras el mar para aparecer
guiñando una tímida tibieza, me levanto con la mirada aún dormida y sentí el aire helado, una rara sensación para una estación
de primavera.
Ambos aún dormían, y los observo durante kilómetros de tiempo para dejar esa imagen en
mis pupilas. El hombre de voz ausente y
pasión delirante yacía como niño ofreciendo su sueño a los astros o a los
Dioses, nunca lo sabría, pero le amaba
así, simplemente por sus manos, porque esas manos me habían reconocido vida
tras vida.
Mi hijo enlazado entre mantas hechas por mis manos
yacía como hombre, como sabio, con apenas 8 años, pero tras sus párpados podía
verse la profundidad de sus sueños, de su vuelo tantas veces iniciado.
Tú, mi hombre de voz ausente, despiertas y me
extrañas. Soy bella ante tus ojos, río con sonrisa de mar y mi cuerpo se agita
como el oleaje que estalla tan cerca nuestro... te abrazo mucho antes que salga
el sol, porque a su llegada ya estarás lejos. Te acerco a mi pecho porque todo
lo que soy y lo que eres se halla en ese espacio, y busco tus labios como
alimento.
Te amo como instinto, indomable, cálido,
infinito... me amas como misión, protegiendo, conteniendo, deseando. El fruto
de esa unión corre a abrazarnos, con ojos bellos, con sonrisa ingenua, con vida
plena.
Tras iniciarse la mañana el revoloteo de ambos
parecían olas o fogatas, pura vida
moviéndose a mi alrededor y dentro de mi alma.
Les despido con un beso, a él en la frente a ti en
los labios, un beso que dice hasta luego sin saber que para siempre serían los
puñales esclavos de mi nostalgia. Te vas al azul que amas, me quedo en la
arena, el ángel de ojos bellos vuelve a correr... esta vez demasiado lejos.
Nunca encontramos su cuerpo ni sus alas.
El dolor llenó nuestros besos, y partiste hacia la
montaña, lejos del mar, cerca del bosque y de los lagos desiertos.
Partiste a buscarlo y a buscarte... quedé en la
arena... llorando... contemplando amaneceres en soledad y sin tus brazos, y
aunque traté de abrazarte ya estabas demasiado lejos.
Tan lejos como en aquella otra vida jugando al
carcelero, esa vez tenías la mirada perdida y el ceño traicionero. Pero estaban
tus manos intactas, me tomaban y me dejaban, me abrazaban y me olvidaban, al
ritmo de tus pasiones y tus huidas, de tus razones para ser caricia o llagas.
Yo esperaba…
Volviste otra vez, o quizás yo te busqué, caí en tus manos que me reconocieron de inmediato, o yo me fui amoldando a ellas como un rito milenario. Reconocí tu silencio y la nostalgia difícil de corroer a pesar de las vidas y las muertes y las heridas que cruzan a ambas.
Todos los tiempos se sellaron en un abrazo, no fue
difícil amarnos…
“En un abrazo perfectamente sorpresivo, se
extasiaron dos cuerpos afiebrados, y el ardor de la espera eternizada, derritió
la urgencia de este sino. El sueño tantas veces extraviado, y condenado a morir
como espejismo, se alzó latiendo, burlando su agonía, lapidando errores y
olvidos. El sueño tantas veces delirado (conjurado y concebido) había sido
escrito”
Y “Te amé
con la pasión amortajada, aterida por el enjambre de miedos póstumos que
dejaron los fantasmas, me guardé los besos más húmedos y las manos desmembradas
para no hacer tuyos mis rocíos de madrugada.”
Pero también estaba escrito el abandono, las
lágrimas y mis brazos desnudos…
“Los siete sentidos que dispone mi piel conocen tu
ausencia, saben que hoy tu mirada recorre antiguas heridas y que tu corazón
intenta salvar tus labios de la mentira. Las promesas sólo caben en lo posible,
y el resto lo reserva la vida para los sueños. Estoy sentada frente a un
silencio, de esos que auxilian fantasmas y hieren la garganta haciéndola vertir
lágrimas y miedo. De aquellos que siembran espigas en el desierto. Me arde la
espera en el centro del pecho, como volcán vestido de hielo. Recojo las cenizas
esparcidas bajo las ruinas, me recojo el amor, su espejismo y mi espejo.”
Y escritos también los vaivenes de buscarte, y
esperarte…
“Te perdí,
en serena nostalgia, sin certezas
y sin lágrimas. Te encontré,
recitando mis delirios e hice de mis sábanas, tu nido. Hasta que olvidaras
nuestro olvido y el amor fénix esta vez resucitara sin mezquindades ni pecados
omitidos.”
“Después de amarte te encontré, desnudo de ofrendas
cargando el olvido. No hizo falta llamarte con sonidos pretéritos, sólo bastó
un espejo y un abrazo sin beso. Del mutuo mar a la sagrada montaña, de tu
bosque al lago, de la asesina ciudad a la enigmática isla, nos sumergimos y
escalamos compartiendo alas y manos. Un capricho de la luna nos envolvió
decidido, rodeando mi cintura con tus siete sentidos. Constelaciones enteras
nos unieron a su vuelo, consumándonos en su brillo, cosiéndonos a la misma
estrella.”
Y volver a perderte…
Aprendí que en esta vida ya no hay karma, y que mi
amor de océano infinito se mecerá en sueños con tus manos de oleaje eterno… sin
esperarte.
“Tomo mi paracaídas,
y del borde de mi estrella en marcha
me lanzo a la atmósfera
del último suspiro”
Altazor
Vicente Huidobro