"No te me mueras. Voy a pintarte tu rostro en un relámpago tal como eres: dos ojos para ver lo visible y lo invisible,una nariz arcángel y una boca animal, y una sonrisa que me perdona, y algo sagrado y sin edad que vuela de tu frente,mujer, y me estremece, porque tu rostro es rostro del Espíritu.
Vienes y vas, y adoras al mar que te arrebata con su espuma, y te quedas inmóvil, oyendo que te llamo en el abismo de la noche, y me besas lo mismo que una ola.
Enigma fuiste. Enigma serás. No volarás conmigo.
Aquí, mujer, te dejo tu figura."
RETRATO DE MUJER
Gonzalo Rojas



sábado, 28 de agosto de 2010

VI

“Hoy viene a ser como la cuarta vez que espero, desde que sé que no vendrás más nunca….” Cantaba Ella mientras bordaba con sus ojos hilos de lluvia.

Se despedía el invierno de los ciruelos, dejándoles de ofrenda pequeños versos en flor y en promesas. El aire comenzaba a liberar dulzura y repartía la tibieza del sol augurando primaveras. Las tardes alargaban su partida, parecían querer pintar naranjos en el cielo, esquivaban la noche jugando a encender estrellas y ella las iba saludando una a una por su nombre.

“Que maneras más curiosas, de recordar tiene uno… hoy recuerdo mariposas, que ayer sólo fueron humo… mariposas, mariposas que emergieron de lo oscuro…” y en lánguida oscuridad ella se acomodaba en su nido de seda, encerrada y casi inmóvil, perfectamente desnuda, con sólo una garganta capaz de sostener la pausa impuesta a su amargura. Capullo de si misma, ceñida a sus temores, abrazada a la nostalgia, detenida.

Cuarta primavera por comenzar embistiendo sus cuarenta soledades, pensó en mariposas, hadas milcolores que se gestan en silencio, que embellecen su ropaje en aparente inmovilidad pero profunda metamorfosis, se miró las alas atrofiadas, supuso igual el resto de su cuerpo.

“Ay mariposa, tú eres el alma de los guerreros que aman y cantan, y eres el nuevo ser que se asoma por mi garganta”. Tendría que salir, condenando a la batalla los recuerdos, tendría que doler, como duele parir el alma a mitad de la vida.

“Siglos atrás inundaron un segundo, debajo del cielo, encima del mundo”, y en un segundo se inundó de aire, pujó sus sueños, y al abrir el pecho rompió la crisálida de sus miedos, y cantó con garganta desbocada, bordando con sus ojos paisajes nuevos.

viernes, 20 de agosto de 2010

V

Ella enredaba la luna en su cabello, despojaba del mar sus estelas y las iba dejando tras sus pasos como gotas de pasado. No recordaba su nombre, pues sabía que nunca la han llamado, pero recogía memorias inventadas y tapizaba su historia a retazos.

Ella era triste mas no conocía la tristeza, no sabía que era algo que perforaba el pecho hasta hacerlo emanar por la mirada. Ella solo era triste, así, sin grandes pretensiones.

No se sabe si fingía o volaba, pero el hecho es que la tierra la expulsaba hacia el cielo, como si sus pies y el mundo fueran polos opuestos, y sus pasos y sus estelas siempre iban a centímetros del suelo. Flotaba rozando el universo y las sombras, mas nunca podía aprehenderlas, no lograba sostener el tiempo entre sus manos entonces lo dejaba partir sin despedidas. Nunca había tenido nada, asique nada le dolía.

Quizás por ver todo desde el aire, no conocía los temblores, ni el desequilibrio que obliga a las piernas a doblar esfuerzos. Nunca se le habían doblado las rodillas y mucho menos había sentido tiritar su cuerpo.

Ella era triste mas no conocía el amor, no sabia que era algo que perforaba el alma hasta hacerla emanar bajo la falda. Ella era triste, así, sin buscar deudores.

Pero llegó esa noche.

No había luna, por lo que su cabello descendía por su espalda a tientas en la oscuridad, a tientas también, reconoció su nombre que la buscaba, se acercó a develar el aroma de esa voz y respiró del aire que quedó entremedio de sus dudas y esos ojos inciertos. Trató de huir del vértigo y de esas manos curiosas que tropezaban hábilmente con su cuerpo, e intentó vencer de un respingo la fuerza de esa piel que la imantaba.

Unos brazos hiedra la trajeron hasta el suelo, la recostaron con ternura en la tierra, le rozaron los labios y el desconcierto, y sin conocer los besos, besó con lengua inquieta y saliva desbordada.

Temblaron sus entrañas, tembló su voz agrietando el silencio y sintió la eternidad del tiempo vibrando en un solo latido, tan feroz, tan gigante, que podría haber bombeado un rio.

Llegó la mañana y conoció las despedidas… dolían. Se levantó con el alma mojada, dos lágrimas que rebotaron en la tierra y una sonrisa estallando de sus pupilas.
Intentó alzar el vuelo, pero sintió que desde sus talones brotaban raíces firmes.
Mirando el cielo se sentó en la tierra y respiró del aire que quedó entremedio.

Esa noche, Ella conoció el amor y la tristeza, mas nunca volvió a ser triste.