"No te me mueras. Voy a pintarte tu rostro en un relámpago tal como eres: dos ojos para ver lo visible y lo invisible,una nariz arcángel y una boca animal, y una sonrisa que me perdona, y algo sagrado y sin edad que vuela de tu frente,mujer, y me estremece, porque tu rostro es rostro del Espíritu.
Vienes y vas, y adoras al mar que te arrebata con su espuma, y te quedas inmóvil, oyendo que te llamo en el abismo de la noche, y me besas lo mismo que una ola.
Enigma fuiste. Enigma serás. No volarás conmigo.
Aquí, mujer, te dejo tu figura."
RETRATO DE MUJER
Gonzalo Rojas



lunes, 3 de febrero de 2014

XXIV

Tras cada nueva visión Ella cerraba los sentidos, arrancaba hacia el crepúsculo de su armario y así, colgando en el vacío, decidía olvidar las sucesivas imágenes aterradoras y escalofriantes, para calmarse, para creer, para engañarse.

Se desprendieron de su luz 24 lunas nuevas y ella permanecía decidida a su ceguera, alejada de su naufragio, temblando como una sobreviviente envejecida por el cansancio, velando los restos de la profetisa que le zumbaba el oído de vez en cuando. Temía mirarla de frente y descubrir en sus ojos moribundos todas las verdades, temía a su propia esencia, tempestad desatada de imágenes errantes, temía que cesara el  irremediable sueño salvador de sus propios miedos, prefería el hipnotismo que le ofrecía su instinto claudicado.

Hasta aquel día.

En que el sol se sumergió en su crepúsculo, afilado, punzante, y su luz penetró en todos sus sentidos, despertándola de la muerte o del sueño, atravesando el armazón de sus pupilas, para arrancar las sombras de su fantasía o su falso paisaje. Ardía en el miedo, quería volver a su oscuro armario, pero ya no quedaban huellas de regreso y tuvo que mirarlo.

Ahí estaba él, desnudo, develando a la bestia que respiraba por sus poros, el mismo de sus imágenes aterradoras y escalofriantes, pero Ella ya no podía engañarse. Lo vio lamer sus manos ensangrentadas por los corazones heridos y devorados, pudo oler la hiel que derramaban sus labios, de tanto mentir se transformó su boca en una gruta ajada y sórdida, de tantas pieles que tuvo entre sus dedos, se le adormeció el tacto, y las caricias se transformaron en espejos rotos mutilando los cuerpos que confiaban en su abrazo.

Ella lloró hasta que el propio dolor la desterró agotado, y con los ojos abiertos, las pupilas secas, el temor vencido y el instinto consagrado, se alejó de la bestia, de su sueño y de su abrazo.