El
trayecto era suave, sus pasos iban siendo acogidos por un abrazo blando que
llegaba a hacer cosquillas en los talones, se detuvo un momento a sentir el
hormigueo que se extendía hasta sus hombros, podía ser el frio, las madrugadas
tienden a pronunciarse coqueteando con el sol, pero sin permitirle ser invadidas,
sólo un leve roce, y de ese modo mantienen su fidelidad a la noche.
Ella
se detuvo frente a la llegada de las primeras espadas de luz que rasgaban el
horizonte, contempló la belleza del azul que inundaba todo, y las espadas iban
también rasgando su espalda, tibias dagas embistiendo su cuerpo congelado, sus
manos que temblaban al abrazarlo.
La
ahogaba el miedo galopando en su pecho, un furioso corcel azabache que vivía
atrapado entre sus latidos y la necesidad de domarlo, no había podido
encontrarle un cobijo y le prometió descanso.
Forzó
unos salados respiros, que se acumularon todos en su garganta, y obligó a sus
pasos continuar la marcha.
El
trayecto era húmedo, sus pies iban siendo atrapados lentamente, siguió el camino
que trazaba su mirada, la misma que vertía más sal y agua.
Caminaba
con espesa dificultad, mientras sucesivas ondas empujaban sus caderas, luego su
cintura se rodeó de movimientos que fueron alcanzando sus hombros y su pecho,
que seguía latiendo.
Sus
pies fueron liberados, quedando suspendidos sin apoyo ni trayecto, al fin no
había más camino y cesó el impulso de seguir andando.
Contempló la belleza del licuado azul que inundaba todo, disfrutó la última espada que llegaba a sus pupilas a través de la pequeña ventana que dejaba la espuma sobre su mirada, sintió el lánguido flotar de las cerdas azabaches, absorbió un salado respiro que se acumuló todo en su pecho, ahogando los latidos y el miedo.