"No te me mueras. Voy a pintarte tu rostro en un relámpago tal como eres: dos ojos para ver lo visible y lo invisible,una nariz arcángel y una boca animal, y una sonrisa que me perdona, y algo sagrado y sin edad que vuela de tu frente,mujer, y me estremece, porque tu rostro es rostro del Espíritu.
Vienes y vas, y adoras al mar que te arrebata con su espuma, y te quedas inmóvil, oyendo que te llamo en el abismo de la noche, y me besas lo mismo que una ola.
Enigma fuiste. Enigma serás. No volarás conmigo.
Aquí, mujer, te dejo tu figura."
RETRATO DE MUJER
Gonzalo Rojas



domingo, 8 de septiembre de 2013

XXI

El trayecto era suave, sus pasos iban siendo acogidos por un abrazo blando que llegaba a hacer cosquillas en los talones, se detuvo un momento a sentir el hormigueo que se extendía hasta sus hombros, podía ser el frio, las madrugadas tienden a pronunciarse coqueteando con el sol, pero sin permitirle ser invadidas, sólo un leve roce, y de ese modo mantienen su fidelidad a la noche.

Ella se detuvo frente a la llegada de las primeras espadas de luz que rasgaban el horizonte, contempló la belleza del azul que inundaba todo, y las espadas iban también rasgando su espalda, tibias dagas embistiendo su cuerpo congelado, sus manos que temblaban al abrazarlo.

La ahogaba el miedo galopando en su pecho, un furioso corcel azabache que vivía atrapado entre sus latidos y la necesidad de domarlo, no había podido encontrarle un cobijo y le prometió descanso.

Forzó unos salados respiros, que se acumularon todos en su garganta, y obligó a sus pasos continuar la marcha.

El trayecto era húmedo, sus pies iban siendo atrapados lentamente, siguió el camino que trazaba su mirada, la misma que vertía más sal y agua.

Caminaba con espesa dificultad, mientras sucesivas ondas empujaban sus caderas, luego su cintura se rodeó de movimientos que fueron alcanzando sus hombros y su pecho, que seguía latiendo.

Sus pies fueron liberados, quedando suspendidos sin apoyo ni trayecto, al fin no había más camino y cesó el impulso de seguir andando.

Contempló la belleza del licuado azul que inundaba todo, disfrutó la última espada que llegaba a sus pupilas a través de la pequeña ventana que dejaba la espuma sobre su mirada, sintió el lánguido flotar de las cerdas azabaches, absorbió un salado respiro que se acumuló todo en su pecho, ahogando los latidos y el miedo.